Cooperación Internacional – Unas Navidades diferentes
Huyendo del frío y también de todo el montaje publicitario consumista del mes de diciembre, hace unos años fuimos a Guatemala. Tuvimos unas Navidades diferentes realizando Cooperación Internacional.
Guatemala es un hermoso país, sacudido por una triste guerra silenciada por los medios, una guerra que ha durado decenas de años. Durante un tiempo estuve de voluntaria en una asociación confeccionando dossiers para las brigadas de alfabetización que solían ir períodos de tres meses para enseñar castellano a la población indígena maya. También realizaba voluntariado vendiendo artesanía guatemalteca, y así se recaudaban fondos destinados a material para las escuelas improvisadas. Resulta que en ese país coexisten unas 24 lenguas indígenas, y como no hay escuelas para ellos, jamás aprenden el castellano, con las consecuencias que ello conlleva. Y el idioma oficial resulta que, curiosamente, es el castellano…
Cuando estudiaba un curso de imagen y sonido, tuve la oportunidad de conocer personalmente a Rigoberta Menchú, escritora y líder indígena a la fuerza, ya que habían matado a toda su familia y ella había escapado muy joven, por los pelos. Ella explicaba cómo en un país donde el 54% de la población es indígena, y por ende, la más pobre, el ejército arrasaba las tierras y exterminaba a sus pobladores. Exterminio impune que aún continúa, aunque más suave debido a la presencia internacional durante años, que actúa como escudo humano. Ahora ya no pasa tanto, pero el legado de esa guerra continúa con las “maras”, y también con una gran población indígena condenada a la pobreza de por vida.
Llevábamos dos propósitos diferentes al iniciar el viaje: por un lado conocer a la niña que teníamos apadrinada, de la cual nos llegaban fotos donde cada año se la veía más triste (y eso me tenía preocupada), y por otro cooperar comprando artesanía directamente a los indígenas.
El tema de la niña apadrinada da mucho de sí, pero no voy a entrar ahora, sólo contaré que pudimos conocerla, tanto a ella como a su familia, y nos recibió todo el pueblo, aunque fue muy duro ver las condiciones en las que vivían y lo poco poquísimo que la organización que llevaba el tema había hecho en el poblado. La ONG a la que aludo es “Plan”. No quiero extenderme, sólo diré que después de unos años de apadrinamiento, dejé de hacerlo, y no recomendaré jamás a una organización que se gasta el dinero en coches, sueldos, publicidad, y a la hora de prestar sus servicios sobre el terreno, se queda bastante corta, al menos según mi experiencia. Por suerte tuve la oportunidad de conocer a un músico italiano que había creado una escuela y educaba a una veintena de niños. Se había casado allí, y era padre, así que estaba totalmente volcado. Gracias a toda la bonita gente que se implica y aporta su grano de arena!!!… No digo que las grandes organizaciones no hagan nada, algo harán, pero hay también un alto grado de corrupción, sobre todo en algunos países.
Lo que en realidad quería contar aquí es la intensa experiencia que vivimos en Guatelinda (así la llaman, en un intento de ir cambiando programaciones). Conocimos a una artesana de 70 años cuyos pies jamás habían calzado zapatos. A esta hermosa y anciana mujer le compramos un “huipil” que andaba vendiendo.
El tejido le había costado un mes entero de trabajo, y no podía volver a su casa sin venderlo, pues no tenía absolutamente nada de dinero. Lo compramos, claro. Así como también compramos en varios lugares diferentes tejidos y pulseras, puesto que era uno de nuestros objetivos: colaborar comprando a las artesanas. A veces eran niñas, a veces ancianas, mujeres que tejían a todas horas, en todas partes, como único recurso para sobrevivir.
Y como había pedido al universo estar lejos del consumo, y yo misma estaba consumiendo, resulta que, de repente, sobrevino un “corralito”. Ya no podíamos comprar más. Los bancos daban el dinero a cuenta gotas, apenas tuvimos para pagar una semana de hospedaje, y así, sin dinero, sobrevivimos la semana de Navidad comiendo aguacates que nos regalaban los árboles, y los tamalitos que nos ofrecían las mamás indígenas por dar clase a sus niños. Una entrañable experiencia que nos sucedió mientras estábamos en San Marcos La Laguna, un pueblecito situado a orillas del lago Atitlán, tan grande que parece un mar . Custodiado por volcanes, Oh! que belleza ese lago inmenso, cuánta magia, cuánta paz!!
Volvimos a casa después de un mes de recorrer tierras mayas, de asombrarnos con los paisajes y con las ruinas de Tikal, en la frontera con México, uno de los mayores yacimientos arqueológicos de la civilización maya precolombina.
Otro lugar que también recuerdo con cariño es la ciudad de Antigua, también patrimonio de la humanidad, cuyo antiguo nombre era un poco largo: Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala.
Viajar y cooperar, muchas vivencias para recordar!!!
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Joana Peral Ríos