¿Qué son las emociones y para qué sirven?
Las emociones pueden definirse como experiencias afectivas internas y pasajeras, con fuerte componente somático. Los sentimientos son estados afectivos más estructurados y estables, menos intensos y con menor carga somática que las emociones.
Pueden describirse como fuerzas energéticas que están detrás de los pensamientos, una especie de brújula interna que nos da información (mensajes a través del cuerpo) acerca de nosotras mismas y de cómo nos tomamos las situaciones.
Si necesitamos más de una palabra para definir la emoción, probablemente se trata de un pensamiento. Por ejemplo “enfadada” es una emoción, pero “me he sentido tratada injustamente” es un pensamiento. A veces expresamos las dos cosas a la vez, una emoción y un pensamiento: “me has decepcionado” (emoción=decepción, pensamiento=tú eres culpable de que me sienta decepcionada).
Las emociones muy intensas pueden “cegarnos” o “secuestrarnos”, si nos dejamos llevar por ellas. Y la falta de conciencia de las emociones o sentimientos (que a veces llamamos intuición, sensación visceral, etc.) también puede ser fatal, especialmente en decisiones importantes. Según Goleman (Inteligencia Emocional) “la razón carente de emoción es ciega”.
Las emociones básicas o primarias, de las que se derivan todas las demás, son: miedo, rabia, tristeza y alegría.
Las experiencias vitales en las primeras etapas del niñ@ son de dos tipos: comodidad o incomodidad. Más tarde el niñ@ distinguirá 4 emociones: miedo, ante el peligro, rabia, ante el daño, tristeza ante la pérdida y alegría ante la satisfacción. Estas emociones primarias no precisan de aprendizaje, surgen espontáneamente ante el estímulo que las provoca. La amígdala es la parte del cerebro encargada de disparar las emociones, como si fuera una respuesta automática.
En los niñ@s pequeños y en los animales se da a continuación una respuesta instintiva: huida ante el peligro, agresión ante el daño, aislamiento ante la pérdida, y alegría ante la satisfacción. La emoción cumple su función de movernos y energetizarnos hacia la supervivencia o el crecimiento, preservando nuestra integridad (miedo-huida), destruyendo lo que nos causa daño (rabia-agresión), replegándonos en nosotr@s mism@s para reajustarnos ante la pérdida (tristeza-aislamiento) o expandiéndonos en nuevos proyectos (alegría-explosión).
Aprendizaje emotivo
Lo que en un contexto primario es útil y positivo, puede ser limitador y destructivo en un ambiente más complejo, por lo que muchas veces será más adecuado canalizar las respuestas instintivas hacia alternativas como por ejemplo:
– En lugar de huir cuando sientes miedo, puedes pedir protección o buscarla en tu interior, quedarte enfrentando, sintiendo y aceptando el miedo hasta que pierda poder sobre ti, bajar la intensidad de la emoción cuando es desproporcionada…
– En lugar de agredir cuando sientes rabia, se puede pedir a la otra persona que cambie su conducta, mirarte en un espejo, hacer ejercicio físico intenso, concentrarte en respirar profundamente, salir a caminar meditando sobre la situación, posponer la conversación hasta que te sientas más calmada…
– En lugar de encerrarse en un@ mism@ ante la pena, se puede pedir consuelo, aceptarla, hablar con ella, escribir o hacer algo productivo, agradecerle esos momentos de soledad y liberarla hasta la próxima vez que la necesites.
– En lugar de explotar cuando sientes alegría, se puede compartir la satisfacción con los demás y aprovecharla de manera que se convierta en una motivación para vivir más feliz y no para distraerte.
No hay una solución única, hay que ir probando, pues estas respuestas socializadas necesitan del aprendizaje. Y así vamos aprendiendo, al reconocer, tomar conciencia, responsabilizarnos de lo que sentimos, meditando, haciendo terapia…
Aprendizaje distorsionado
L@s niñ@s aprenden básicamente de dos maneras: por imitación, y huyendo de la incomodidad y el dolor para sentir comodidad y placer.
La respuesta instintiva del cerebro reptiliano en los humanos, al crecer es susceptible de pasar por la socialización y activar el cerebro límbico y el córtex para dar respuesta socializadas. De otra manera se dan las distorsiones.
Principales tipos de distorsiones emocionales:
– No tener conciencia de las sensaciones, o de algunas de ellas.
– No tener consciencia de las emociones o de alguna de ellas, ya que a raíz de aprendizajes restrictivos o experiencias traumáticas, la emoción se desvía a otros niveles y se convierte en agitación física o mental, o puede somatizarse.
– No tener conciencia de algunas emociones: además de desviarse hacia la agitación física o mental o a la somatización, también puede derivarse hacia otra emoción socialmente permitida. Por ejemplo, si a una niña se la reprende o castiga cada vez que expresa rabia, y se la consuela cuando llora (expresa tristeza), con el tiempo aprenderá a sustituir rabia por tristeza (cuando se enfade se sentirá triste).
– No expresar las emociones (o algunas de ellas): por miedo al rechazo o como medio de manipulación consciente.
– No actuar las emociones (o algunas de ellas): cuando la persona se permite la expresión verbal de las emociones, pero no la actividad correspondiente a las mismas.
– Descontrolarse emocionalmente: actuar en forma desproporcionada, destructiva o inadecuada al contexto. Muchas veces se copian estas conductas de figuras parentales de la infancia. Ejemplos: depresión, o fabricación de un sentimiento de tristeza y culpa crónicas; fobias o miedo desproporcionado a la situación, a veces a partir de una experiencia traumática o un aprendizaje distorsionado; manejo inadecuado de la rabia, bien por represión o por descontrol; euforia o manía, descontrol de la alegría.
– Engancharse a una situación emocional no resuelta del pasado: cuando algún estímulo evoca dicha situación, la persona no responde a lo que ocurre en el presente, si no a lo que ocurrió en el pasado.
– Fabricar sentimientos manipulativos mediante la búsqueda de sensaciones que corresponden a un tipo de emoción, por ejemplo, recordando constantemente los agravios recibidos de otra persona para sentir resentimiento sin sentirse culpable.
Madurez emocional
La madurez emocional implica la consciencia de las propias emociones, y la aceptación de todas ellas como positivas en sí mismas, cuando son respuesta a un estímulo adecuado.
Autocontrol y descontrol emocional
El autocontrol se refiere a la capacidad de mantener bajo control las emociones o impulsos conflictivos, no a la represión ni al exceso de control.
Tiene que ver con el tiempo y la intensidad que permanecerá una determinada emoción, no con el hecho de impedir su aparición. La cuestión es transitar la emoción sin quedar atrapadas en ellas durante períodos prolongados de tiempo.
Está relacionado con la claridad emocional, es decir, con la capacidad de tomar consciencia de nuestra emociones.
El descontrol de las emociones puede producirse de dos maneras: hacia fuera en forma de explosión, como un ataque de furia, o hacia adentro en forma de implosión (colapso interno que puede manifestarse como jaquecas, irritabilidad, abuso de alcohol y otras drogas, autocrítica constante, etc.)
Cómo y cuándo expresar las emociones
Es importante saber comunicarnos de forma asertiva, entendiendo por asertividad la capacidad de defender los propios derechos sin dejarnos manipular ni manipular a los demás. Por ejemplo, no son asertivas las personas tímidas, que no saben hacer respetar sus derechos y son fácilmente manipulables, y tampoco las personas agresivas que no respetan los derechos de los demás.
Pautas básicas para realizar peticiones y expresar emociones de forma asertiva:
– Hablar del tema conflictivo y efectuar nuestras peticiones de manera directa, clarificando qué queremos, cuándo y dónde.
– Decidir el momento y lugar propicios para realizar la petición, en lugar de esperar que se dé la situación adecuada
– Al realizar la petición: a) caracterizar la situación/problema detalladamente, con pensamientos, sentimientos y deseos: “cuando tú… yo me siento… por lo tanto quiero….”; b) no culpar o atacar a la otra persona, y c) si es necesario expresar las consecuencias negativas de la falta de cooperación de la otra persona.
– Formar frases que empiecen por: “quiero…”, “me gusta…”, “no me gusta…”, “me siento…”, etc.
– No dejar pasar situaciones confusas sin clarificarlas.
– Acostumbrarnos a expresar y reforzar las cosas positivas que vemos en la otra.
ADAB
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“Comprendiendo cómo somos”, de Ana Gimeno-Bayón